aun cuando prometí no hacerlo,
sujete esa pasta ya sin voluntad.
Advertiste que cediera,
que dejara la lectura,
si bien leer fue un placer
lo hice vicio.
Leí hasta el desvelo,
pregunte sin poder responder
y hable menos de lo que debía.
Desaprobé la realidad
y lo peor de todo:
Se me fue la vida
leyendo la de otros tantos.
Perdona querida...
Que mis palabras ya no tienen veracidad,
Cariño, que me has dejado desarmado,
pues vienen siendo mi piedra angular.